◖ 17 ◗
ALEJANDRA.
Desde que había despertado en la cama del hospital, supe que nada estaba bien. Y no lo decía por el accidente que había tenido dos días atrás, sino porque el mismo ambiente frío y confuso me lo hacia saber.
El mundo entero se dejaba llevar por aquella sensación que le advertía cuando algo malo estaba pronto a suceder, podía llamarse instinto; precaución, obra del destino, o como quisiese. Pero la verdad era una, y era que ésta nunca fallaba.
Si en algún momento llegabas a sentir una opresión en tu pecho; si ocurría algún imprevisto, o incluso si tu mascota o familia quería detenerte de hacer algo o ir hacia algún sitio, debías de hacerles caso a esas señales. Y aunque realmente no lo creyera, se podía decir que se trataba de tu ángel guardián que quería comunicarse contigo mediante algún ser vivo, y advertirte del peligro.
Bueno, el tema era que, por no ser creyente y no notar las claras señales que se me habían sido enviadas, no pude evitar no ir hasta el psiquiátrico y hablar con Víktor. Y entonces, allí estaba yo; frente al hombre que creía que era el ser más poderoso y maligno del planeta.
Lo miré sorprendida, aun seguía sin comprender por qué sabía sobre mi accidente. Dudaba mucho que tuviera un informante que le dijera todo lo que sucedía fuera del psiquiátrico porque, conociendo a la humanidad, ésta se controlaba con dinero y era cuestionable el hecho de que si verdaderamente Heber tuviera efecto con que pagar. Ni siquiera sabía si había terminado su carrera en la universidad, mucho menos si antes de convertirse en un paciente más del edificio tenía trabajo o algo que lo mantuviera.
Por lo tanto, si descartaba el pensamiento de un posible ayudante, no tenía mucho de qué aferrarme. Tampoco podía aceptar que él no tuviera nada que ver y que lo hubiera imaginado todo, porque eso era imposible. Pero, si lo pensaba con determinación sólo podía llegar a una conclusión un tanto descabellada; estaba demente y todo lo que creía verdadero no existía.
Primeramente la llegada de esa entidad con ojos rojos. Si se le podía decir así, ¿Verdad? No encontraba otra palabra para poder describir a ese ser, ni mucho menos lo que sucedía cada vez que esa silueta negra aparecía, más después del último acontecimiento. Su intensión siempre parecía ser la misma; como si quisiera matarme y acabar con mi vida, o... ¿Quizá sólo quería acabar con mi cordura? Así como les había pasado a mis compañeros cuando atendieron a Víktor.
¿Acaso a ellos les sucedió igual? ¿Los mismos ojos los atormentaban también? ¿El mismo bosque extenso, oscuro y cubierto de sangre? ¿La misma advertencia de que su hora estaba cerca?
¿Las mismas dudas sobre qué tan fuerte podía ser la mente humana?
Necesitaba saber si lo que pensaba realmente sucedió, necesitaba hablar con ellos, y preguntarles qué fue lo que había pasado para que se volvieran locos. Pero si antes me lo habían negado, no había posibilidad de que cambiaran de opinión. Léonard no me dejaría acercarme a ellos, muchos menos después de mi accidente automovilístico. Podía incluso imaginarlo; todo preocupado, queriéndome dar días de licencia para que pudiera recuperarme y luego regresar a trabajar con la motivación y energía recargadas.
Aunque debía de admitir que los días de licencia no sonaban mal después de todo.
Porque una de mis necesidades era quitar de mi vista a Víktor, no podía seguir atendiendo a ese paciente. Él era alguien demasiado peligroso como para estar a su lado, se había metido en mi cabeza lo suficiente como para tener que aguantarlo por mucho más tiempo.
Ya no podía, lo mejor para mi salud mental era dejar de trabajar en ese caso. Quizá podía atender a otros pacientes que no estuvieran tan perdidos como lo estaba él. Lo más lógico hubiese sido alejarme de él desde el comienzo y no haber vuelto a verlo en toda mi vida, pero ni en ese entonces ni en ese momento pude entender qué me detuvo.
No quería pensar cosas absurdas que pusieran aun más en duda mi cordura, pero además de la estupidez humana por querer descubrir y saberlo todo, ¿La maldad podía tener algún poder de hacerte decidir en ciertas ocasiones?
¿Acaso la demencia pesaba más que mi instinto de ver cuando algo iba a terminar mal?
Moví mi cabeza de un lado a otro.
Si no quería seguir por aquel camino donde supuestamente mi mente ya estaba dañada, tenía que evitar pensamientos como el anterior.
— ¿Cómo sabes sobre mi accidente?— le pregunté, una vez que no encontré respuestas en mi cabeza.
— Digamos que lo adiviné.— sonaba divertido.
— No es gracioso lo que dices.— advertí con enfado.
— En ningún momento dije que me divertía tu desgracia.— se encogió de hombros, a mí ya no podía mentirme. Tal vez en el mundo del revés eso era cierto— Escúchame bien, Alejandra, quizá pienses que yo soy el causante de todo y…
— No creo que seas el causante, estoy completamente segura de que lo eres.— le interrumpí.
Víktor suspiró, inclinándose hacia adelante y entrelazando sus dedos sobre la mesa.
— ¿Tienes pruebas para demostrar lo que acabas de decir?
— No, pero sé que las tendré.
— ¿Ah, sí? Me da curiosidad saber cómo las conseguirás. ¿Será que les contaras a todos sobre tus sucesos locos? ¿Me echaras la culpa a mí sólo porque te conté mis sueños?— indagó, dejando su antigua posición para cruzar los brazos sobre su pecho— Pero que te quede claro que yo no soy el causante de que tu mente quiera jugar contigo. Yo nunca te he dicho que te aferres a lo que te cuento para que luego tengas esas pesadillas.
Mordí mi lengua, tragándome la frustración.
El maldito estaba en lo correcto; él no tenía la culpa, la del problema era yo, nadie más. Si no hubiera pensado tanto en sus palabras, estaba segura de que nada de eso hubiese pasado. Mi vida hubiese continuado con su transcurrir normal como lo había hecho antes de verlo por primera vez.
Pero entonces, si hipotéticamente él no tenía nada que ver con el asunto ¿Por qué cuando nos conocimos había dicho que le encantaría ver como mi mente se dañaba? Parecía contradecirse en casi todo. Tal vez su memorizado plan no estaba tan estudiado, y olvidó evitar decir algunas cosas que luego dejarían entrever sus macabras intenciones.
Si supuestamente Víktor era el bueno, ¿Por qué estaba encerrado en el psiquiátrico? Sí, conocía su historia, pero al parecer él no recordaba que dentro de ese edificio sólo habían personas que habían cometido un error o que estaban dementes. No había gente buena vistiendo el overol azul oscuro reglamental. Porque quienes verdaderamente éramos buenos usábamos una bata médica blanca... la cual no llevaba puesta en ese momento. Pero la explicación era clara.
Heber estuvo a punto de asesinar a alguien, ¿Y quería actuar como si fuera la víctima de todo? Con su maldita actitud salvaje y cavernícola, ¿Pretendía que yo estuviera de acuerdo en que él no tenía la culpa que una silueta estuviera detrás de mí todo el tiempo?
Conociendo sus advertencias, la diversidad que tenían sus sueños, y el como parecía feliz al contarlos, ¿Quería hacerme creer que sinceramente él no deseó todo aquello desde un principio? ¿Me veía cara de idiota o qué?
Otra vez esas preguntas sin respuestas, o más bien, respuestas siendo tapaderas de mentiras. Víktor no quería que encontrara la verdad de todo ese asunto, prefería seguir engañándome antes de admitirlo. Pero, lamentablemente para él, mi paciencia se había agotado por completo, y no perdería más tiempo por su culpa. Sabía que tardaría mucho tener las pruebas necesarias para desenmascararlo frente a todos, y que no me vieran como una loca demente, por lo tanto esa opción no era una variable que estuviera dispuesta a tomar.
Si él no reconocía sus intenciones, entonces tendría que renunciar a ese caso… dejar que Víktor le dañara la mente a alguien más.
Porque, entre cualquier otra persona y yo, me elegiría mil veces a mí antes que a ella. Así éramos los seres humanos; nos poníamos en primer lugar en todo, y sabiendo que mi cordura colgaba de un hilo, sería egoísta las veces que fueran necesarias.
¿Realmente piensas que aún tienes cordura?
Sí. Mantendría ese pensamiento hasta que se demostrara lo contrario.
— Esta es la última vez que me ves.— sentencié, aceptando mi decisión de abandonar el caso.
— ¿A qué te refieres, Alejandra?
— No te atenderé más, esta es la última sesión.— dije, decidida.
— ¿Cómo te librarás de mí?— mostró una sonrisa de boca cerrada, queriéndose ver interesado por el asunto.
— Le contaré todo Léonard, él entenderá la razón por la cual no seguiré contigo.
— ¿Segura? ¿Segura que entenderá bien?
— Sí, es mi amigo y comprenderá todo.
— No te equivoques, el que sean amigos no significa nada. Podría tratarte de loca e internarte aquí, ¿Quieres estar cerca de mí?— preguntó, ladeando su cabeza hacia un lado.
A lo mejor, tenía razón. Si mi jefe no entendía nada de lo que yo le hablaría, podría perderlo todo. Al fin de cuentas, no era normal que una psicóloga se traumara sólo por soñar o ver ojos rojos, aunque tampoco era normal, ni fiable escuchar lo que tu paciente dijera.
No podíamos confiar en ellos porque usarían todo su poder con tal de quedar bien frente a los demás. No lo había vivido personalmente; pero conocía casos donde los pacientes insinuaron cosas descabelladas y un tanto escandalosas que sus psicólogos le hacían, y aun sabiendo lo mal que estaban mentalmente, la semilla de la duda fue planta en todos los demás dejando que los “victimarios” no pudieran volver a ejercer su labor ni acercarse a sus “victimas”. Así que, se podía decir que ellos sólo veían por sí mismos y no por los demás. Ese era el principal problema; si te relacionabas demasiado con ellos, podían influenciar en tus decisiones o crear situaciones falsas que te incriminaran. Y era en ese momento cuando se cometía el error de creer que lo que decían era cierto.
Sabiendo eso, esperaba que no me sucedería. Sinceramente creía que mi actual paciente no sería tan hipócrita de insinuar cosas que no habían ocurrido, aunque, conociéndolo bien, no sería capaz. Heber no era un hombre que se mostrara como víctima frente al mundo, él era alguien decidido, astuto y con muchas ansias de divertirse a costa de los demás. Por lo tanto, podría negar mis palabras, pero jamás inventar algo que lo dejara en el puesto de alguien débil.
En fin, dejando ese tema a un lado y volviendo al principal.
Quería confiar en que Víktor se equivocaba y que la estupidez de que me internarían, sólo era parte de su juego para hacerme dudar y así evitar que hablara, cosa que evidentemente no pasaría. Si tenía la oportunidad de contarlo todo, lo haría; sin miedos ni titubeos. Le diría mi verdad a mi superior y esperaría a que él me comprendería sin mirarme raro. Incluso pude llegar a visualizar ese momento; después de escucharme, Léonard me diría que podía volver a lo que hacia antes y que me olvidara de todo lo sucedido en ese caso. Me tranquilizaría diciendo que nada de lo que pasó era real, que mi mente estaba un poco cansada y esa fue la causa por la cual imaginé todo eso.
Me diría que con el tiempo todo volvería a la normalidad… me dejaría volver a mi casa y no me encerraría allí dentro.
Sí, todo iría por el camino de la compresión. Yo podría continuar con mi vida, mientras que Víktor seguía con su tratamiento y diversión lejos de mí.
— Piénsalo calmadamente, Alejandra...— habló de nuevo— Estás a punto de tomar una decisión que lo cambiará todo, ¿Estás dispuesta a perderlo todo?
— No perderé nada.
Víktor chasqueó su lengua.
— ¿Sabes una cosa? Estoy creyendo que eso de hablar sobre tus pesadillas es una idea de escapatoria no planeada, y déjame decirte que es una muy mala.
— No sabes lo que dices.
— Y al parecer tú tampoco, ¿Ya te has puesto a pensar en qué harás cuando te encierren aquí? Tal vez hasta podríamos ser vecinos...— hizo una pausa, pensando— Ah, eso no será posible. Irías al ala de las mujeres, ¿No es así?
— Quieres dejar de insinuar que terminaré internada, por favor.— pedí, ansiando salir de la sala antes de hacerle daño.
— Es que eso pasará, sólo que no lo quieres ver.
— Sal de ese mundo hipotético, no te hace bien.— aconsejé.
— Lo haré en cuanto tú salgas de tu mundo imaginario.
— Yo estoy en la realidad.
— ¿Eso crees?— preguntó riendo— No sabía que en la realidad habían siluetas con ojos rojos.
Sonreí fingidamente, cuando entendí su propósito.
Si querías acabar con alguien debías de poner en dudas todo su alrededor hasta que llegara al límite de desconfiar de hasta su propia sombra. Eso era lo que Víktor quería hacer; que yo creyera que no era posible presenciar lo que había visto hasta ese entonces. Pero, si era un hecho imposible, ¿Por qué él también pudo conocer todo aquello de esa entidad y las pesadillas? No quería comparar mi situación con la de alguien demente, pero era la único opción que me quedaba para que él supiera lo confundido que estaba.
— La silueta existe en la realidad, por algo la hemos visto.
— ¿Y quién ha dicho que estamos en la realidad?
Negué con la cabeza.
— Esta vez no, en esta ocasión seré fuerte. No podrás jugar conmigo, ya no más.— le aseguré. Sin ánimos de continuar con esa idiotez.
Oí un bufido.
— ¿Yo jugar contigo? Estás demente. ¿Quieres hablar con Léonard y contarle todo? Pues hazlo.— accedió. Al parecer no era la única que estaba sin paciencia— Ahora veo que estás más loca que yo.
— ¡Yo no estoy loca!— le grité, poniéndome de pie.
— Yo que tú no estaría tan segura. Me echas la culpa a mí de que juego con tu mente o no sé qué, ¿Escuchas lo que dices? ¿Cómo alguien encerrado podría hacer algo así?
— Sé que eres tú.
Tal vez no podría desmentir sus palabras, pero tampoco las aceptaría con verdades.
— No se equivoque, doctora. Yo no tengo nada que ver con lo que le sucede a usted.
— ¡No lo niegues! Eres un demente, tienes la culpa de todo.— dije, apretando los dientes.
— ¿Y yo por qué? ¿Sólo porque tú lo dices? ¿Acaso yo arruiné tu salud mental?— se inclinó más sobre la mesa para susurrar:— O ¿Soy el causante de que una silueta con ojos rojos provoque tu accidente?— sonrió con malicia.
Y allí estaba, la respuesta dicha en voz alta de lo que me había preguntado desde días atrás. Él era el culpable de todo lo malo que me rodeaba.
Lo había confirmado, había nombrado a la silueta que hizo que perdiera el control de mi coche. Había sido él durante todo ese tiempo y yo estaba consiente de ello, sólo que no tenia la valentía, ni seguridad suficiente como para afirmarlo realmente, hasta ese día al menos.
— Eres un maldito bastardo.— escupí con enojo.
— Vaya, pero qué palabras más bonitas con las que se comunica la doctora.— ladeó la cabeza hacia un lado, y toda actuación de «soy la víctima en este asunto» acabó— Te advertí que dañaría tu mente, pero tú no me hiciste caso. Te conté lo que hice con tus compañeros, pero aún así seguiste adelante; creíste poder conmigo pero no te diste cuenta que el que tenía absoluto poder aquí era yo y no tú.— suspiró, dejándose caer sobre su silla— No hay vuelta atrás, Alejandra, te encerraran aquí y lo perderás todo.
— No, eso no pasará. Yo no estoy loca y acabas de confesar todo lo que has provocado…
— Pero nadie más lo pudo escuchar, ¿O sí?— ironizó, volteando a ver a Campos quien lo observó confundido— ¿Quién creería lo que un demente como yo dijera? Pienso que nadie. Es más, sabes que no puedes dejarte llevar por lo que los pacientes comenten. No debes de caer en su juego, lo tienes muy claro, ¿No es así?
Mis uñas se enterraron en las palmas cuando formé un apretado puño.
¿Cómo era posible que tuviera conocimiento a eso? ¿La investigación en Google le daba ese resultado? Era verdad todo lo que decía, y hablaba con tanta seguridad que parecía como si lo supiera de memoria, ¿Acaso los psicólogos anteriores a mí pasaron por lo mismo? ¿Les había dicho que no podían confiar en él, ni en sus palabras? ¿Y si había sido por culpa de esas personas? A lo mejor fueron ellos los que le dieron toda esa información, quizá no se habían dado cuenta cuando abrieron demasiado la boca, soltando cosas que no debían. Tal vez esa era la habilidad de Heber: persuadir a los demás hasta conseguir lo que quería. Convertir cada sesión en una salida de amigos, para que contaran cosas prohibidas.
No sabía la verdadera razón, pero sí sabía que estaba en problemas. Si no podía demostrar que Víktor tenía toda la culpa, no podía hacer nada para poder salir de ese caso. Si les contaba los sucesos a los demás, sabía que no me lo crearían, eso era en lo único que él tenía razón. Si hablaba podía perder mi empleo, también mi libertad y era algo por lo cual no quería pasar.
Sólo bastaba con imaginar vivir toda tu vida haciendo lo que te gustaba y que de un día para otro alguien más lo hiciera, tomando tu lugar. Que en vez de ser tú el profesional fueras el paciente. Era una gran locura, y yo no permitiría que eso pasase. No podía dejarlo todo sólo porque mi cabeza no soportaba seguir con la idea de volver a sentir la sensación de terror cuando la silueta de ojos rojos se hacia presente.
Mi mente no podía más pero tenía que hacer el último esfuerzo para poder acabar con ese caso. No dejaría que solamente un paciente lograra quitarme algo por lo que había luchado demasiado tiempo, algo por lo cual había perdido muchas cosas a lo largo de mi vida.
Mi trabajo era muy importante para mí, si lo perdía sabía que nada terminaría bien. Además no era sólo eso, sino el hecho de que si sabían la verdad me quedaría atrapada allí. También estaba Eddie, no podía dejarlo solo. No podría vivir sin saber de él.
No permitiría que eso sucediera, no dejaría que me ganara y lograra su objetivo principal: dañar mi cabeza. Sabía que podía controlar mis pensamientos, sabía que podía contra Víktor Heber, él no era oponente suficiente para mí.
¿Quería jugar? Pues bien, jugaríamos.
— Es una lastima.— dije, con tranquilidad.
— ¿El qué te encierren? No, de hecho harían un bien por la humanidad. ¿Cómo es posible que dejen que una loca como tú atienda a otros locos en este lugar?
Se estaba burlando de mí, grandioso.
Podía seguirle el estúpido juego de provocaciones, pero no tenía tiempo ni paciencia como para hacerlo.
— No me refiero a eso.— apoyé ambas manos sobre la mesa, inclinándome hacia delante. Quería intimidarlo, y al estar de pie, esperaba que se viera de esa forma— Es una lastima que no puedas lograr lo que te propones. No podrás acabar conmigo ni hoy, ni nunca.
Comenzó a reír a carcajadas, mientras que negaba con la cabeza.
¿Qué le causaba tanta gracia? ¿Acaso no se daba cuenta que ya había perdido?
No volvería a caer en su juego, ni creer en sus palabras. Quizá su demencia no le dejaba ver que ya estaba en la recta final, que ya no tenía oportunidad de vencerme. Ya no podría conseguir su diversión a costa mía, ya no sería su monigote. La psicóloga que quería estar pacíficamente bien con su paciente para tener una relación profesional más llevadera, se había largado de allí. Si él no ponía de su parte para que aquello tuviera lugar, entonces yo tampoco lo haría.
Aun así, noté algo en su comportamiento que no me dejó tranquila. Era como si mi sentencia de guerra, por así decirlo, fuera algo que él esperaba y que ya había planeado de ante mano cambiar las reglas para que ganara él. Pero, por supuesto que no lo dejaría.
Me centraría —como desde un comienzo tuve que hacerlo— en que sólo había sido mi imaginación la que causó todo lo sucedido hasta ese momento. Le daría lugar a Víktor para que pudiera tomarse su tiempo y que comprendiera que todo le había salido mal. Que ya todo terminó, que no le daría acceso para que pudiera acabar con mi cordura.
Quizá pudo haber ganado cada maldita batalla… pero la ganadora de la guerra era yo.
— ¿Qué te hace pensar que ya no acabé contigo?— indagó, segundos después— ¿Quién te dijo que has ganado? Estás demente desde el primer momento en que viste esos ojos rojos.
— Eso lo causó mi imaginación.
— Sí, claro, sigue engañándote a ti misma. Sabes que la imaginación no puede con tanto. ¿Chocar contra un poste de luz sólo porque tu imaginación actuó? Sí, como digas.
Abrí mis ojos en grande ante su comentario, y él tragó saliva desviando su mirada.
Él mismo había caído en su trampa, se había confesado por sí mismo sin darse cuenta y eso había sido un punto a mi favor.
— ¿Cómo sabes que fue un poste de luz? Nunca te dije contra qué choque.— le pregunté, cruzándome de brazos.
— Me lo dijiste cuando te pregunté qué tan duro fue el golpe.— mintió.
Maldito mentiroso.
No le había contando lo que realmente sucedió. Ni siquiera le había dicho sobre la silueta de ojos rojos, pero él sabía que fue eso el causante de que perdiera el control. Pero claro, ¿Quién no tendría conocimiento a algo que él mismo creó?
— Eso no es verdad. No te lo dije.
— Wow, ¿Otra vez comenzarás con eso de echarme la culpa?— bufó, volvió a voltearse para hablarle al guardia— ¿Puedes creerlo Campos? La doctora insinúa que desde aquí dentro puedo hacerle daño.— el aludido se mantuvo en su lugar, sin darle importancia a sus palabras.
— Cállate.
— ¿Tienes miedo, Alejandra?— su atención regresó a mí.— ¿Temes que ese hombre pueda decir lo que hablamos? ¿Acaso no querías contarle todo a Léonard? Bueno, esta es tu oportunidad de hacerlo. Deja de Campos abra su bocota y que acabe con tu absurda vida profesional de una vez por todas.— llevó sus dos manos a los costados de su boca y las utilizó como megáfono— ¡Que el mundo entero sepa de tus pesadillas, y de lo demente que estás!
Tragué saliva sonoramente.
Mi mirada fue directamente hacia el hombre de seguridad, quien en ese momento me observaba con atención frunciendo su entrecejo. ¿Acaso el guardia dudaba de mí? ¿Él le diría a mi jefe todo?
¿Ese día se acabaría mi carrera?
Sentí impotencia porque otra vez no creía poder contra él, sólo le bastaron unas pocas palabras para acabar con mi seguridad. Parecía tenerlo todo planeado, como si supiera que paso daría antes de hacerlo. Víktor tenía el control en todo lo que sucedía a su alrededor, y se aprovechaba aquello tomando cada oportunidad a su favor.
Él sabía cuando actuar de tal forma que te causara temor o, en ese caso, ansiedad por no saber si verdaderamente Campos llegaría a comentar algo que me perjudicara. Me paralicé por completo cuando lo imaginé; contando cosas que se suponía que no tendrían que salir de aquella sala y cavando mi propia tumba. Metafóricamente hablando.
— Nadie se tiene que enterar de nada relacionado a mí.— dije, mirándolo fijamente— Pero de ti, sí. Tienen que saber que el estar en este psiquiátrico, no es impedimento para que puedas causar daño.
— Y aquí vamos de nuevo.— viró los ojos.— ¿Seguirás con lo mismo siempre?
— No, ya aceptaste que fuiste tú desde un comienzo.
— Yo no he aceptado nada.
— Claro que sí, mencionaste el poste de luz aun cuando yo no lo hice.
— Sí lo hiciste.
— No...
— Vaya, además de loca, ahora te olvidas de lo que dices.— me detalló de pies de cabeza— Más cosas para agregar a la lista.
— ¡No hay lista, no estoy loca y no me olvido de nada! Entiende una cosa, Víktor, acabaré contigo antes de que te des cuenta.— advertí, señalándolo con mi dedo índice.
— ¿Es una amenaza? Doctora, no puede amenazar a su paciente.— dijo, con burla.
— Tómalo como quieras. No dejaré que sigas con esto.
Heber infló sus mejillas antes de soltar todo el aire en un sonoro suspiro.
— Otra vez con eso, ¿No te cansas de decir cosas que no serán posibles? Acepta la idea de que todo ya acabó… que cuando creías que recién comenzaba, era cuando estaba por terminar. No tuviste oportunidad contra mí, ni siquiera fuiste parte de este divertido juego.
— Te equivocas, un nuevo inicio acaba de comenzar.
— En el cual también seré el vencedor.— se adelantó a decir— Entiende que no puedes...
— No creas que te lo dejaré tan fácil esta vez.— lo corté rápidamente— Pagaras por haberme hecho vivir momentos espantosos.
— Deja de echarme la culpa por todo, por favor. La única culpable aquí es tu débil mente; jugué un poco con ella, diciendo sólo palabras y ya se descontroló.— volvió a Inclinarse hacia adelante para que Campos no llegara a escucharlo— Piénsalo bien, Alejandra, si no estuvieras loca como dices ¿Cómo es posible que aparezca una silueta en tu coche?
Después de aquello, mi vista fue directamente hacia uno de los ventanales.
Detrás del cristal y de los barrotes de seguridad, el sol brillaba en lo alto del cielo, y la brisa hacia mover la parte superior de los árboles de un lado a otro. Y mientras que, fuera del edificio reina la tranquilidad y calidez, dentro de la sala sólo había inquietud y frío.
¿Y si él tenía razón? ¿Eso podía ser cierto? ¿Estaba tan loca para llegar al punto de ver y oír cosas que no eran reales?
Si eso era verdad, entonces ¿Cómo Víktor sabía lo que sucedía en mi vida? ¿Cómo se había enterado de mi accidente? No le había hablado sobre casi nada; lo único que le había dicho fue cuando tuve la primera pesadilla, es más ni siquiera se lo había contado. Él lo había adivinado por su cuenta.
Eso me hizo recordar que también estaba el sueño sobre la niña de vestido blanco, ¿Soñar con alguien que no conocías era normal? ¿Un paciente podría salvarte? ¿Dos veces seguidas? Aún seguía sin comprender los finales de esos sueños, ¿Por qué el alrededor se aclaró cuando él se hizo presente? Y sobre todo, lo que no entendía era por qué, tiempo después, había soñado despierta que lo estaba besando. Eso era algo que hasta ese momento no me había detenido a pensar, por lo tanto no pude darle una razón concisa… una verdadera razón por cual tuvo lugar algo así.
Quizá en esa ocasión no sólo sus palabras atormentaron mi mente, quizá su rostro también lo hizo. A lo mejor el hecho de pasar casi todos los días a su lado fue lo que provocó que soñara con él, otra explicación no había, ¿Verdad?
Ya que, de por sí su personalidad asustaba; cuando sonreía o ladeaba la cabeza hacia un lado, te trasmitía inseguridad, ¿Cómo soñar con alguien así? ¿Quién con tanta oscuridad podría salvarte? Si su aura de maldad creciera constantemente, y parecía dispuesto a todo con tal de hacerte daño, ¿Cómo tuvo lugar esa alucinación del beso?
— El causante de que la silueta apareciera eres tú. Entiende que tus palabras se hacen realidad cuando estoy sola.— razoné, volviendo mi mirada hacia él.
— Vaya, eso es interesante. Es tan grande el poder que tienen que logran hacer de todo contigo.
— Si te das cuenta el mal que provocas, ¿No?
— Yo no lo provoco, yo no puedo hacer nada estando aquí dentro.— insistió, elevando sus brazos al aire— Admito que sí jugué contigo, pero nunca llegué al punto de que alguien tuviera un accidente, ¿En serio crees que lo haría contigo?
Claro que sí, ¿Acaso había lugar para la duda?
— ¿En serio crees que te creeré?— ataqué.
— Escúchame, jamás dañaría a una mujer físicamente. Mentalmente sí, pero jamás tocaría a una mujer de una manera violenta. Ya fuera intencional o no; directa o indirectamente, nunca en mi vida lastimaría a una mujer...— confesó, y milagrosamente le creí— Cuando vi tus ojeras, y supuse que fue por el primer sueño, me sorprendí. Había entrado tan rápido a tu mente, que quise parar en ese momento. Pero como ya sabes, cuando empiezas es muy poco probable que pares. Además hace meses que hago esto y se hace difícil detenerme.
Sí, viniendo de alguien como él, se le dificultaría demasiado el siquiera intentar controlarse.
Tal vez tenía razón, y cuando una acción se convertía en algo habitual, era extremadamente complicado quitarlo de tu vida. Pero creí que, después de ver mis buenas intenciones, cambiaría. Pensé que, al pedirle que mejoraran si alimentación y vestimenta, sabría que no era su enemiga.
Por un instante, creí que yo sería la excepción. Pero, qué gran equivocación fue la mía al imaginar que, porque se trataba de mí, nada malo pasaría.
— Termina con esto de una vez por todas, por favor.— le pedí, aún sabiendo que ya era tarde.
Ya no podía seguir atacándolo, quizá tendría un poco de compasión conmigo si me mostraba relajada, y así lograría que terminara con toda esa locura. No quería seguir pasando por lo mismo.
Estuve en el hospital durante dos días, inconsciente. Ni siquiera fui capaz de darme cuenta de cuánto tiempo había pasado, y cuando desperté pensé que sólo habían transcurrido un par de horas desde la madrugada. El choque fue el límite de todo eso, si continuábamos por ese camino todo empeoraría más y más, hasta quién sabría cuándo.
Si la silueta seguía apareciendo, lo más probable era que terminaría muerta.
— No puedo terminarlo. Ahora es tu mente quien juega contigo.— me informó.
— ¿Qué se supone que tenga que hacer? ¿Cómo puedo volver a mi vida de antes?— quise saber, rogando a que él me diera la respuesta que necesitaba.
— Ya no hay vuelta atrás, lo que eras antes no volverá a ser. La locura ya está en tu cabeza, la única solución es que te internen aquí.
— No, tiene que haber otra solución.— dije, antes de reaccionar— ¿Esto también es parte de tu juego? Quieres que me internen para que lo pierda todo y así considerarte el ganador otra vez, ¿Verdad?
Estaba a la defensiva, cualquier cosa que me hiciera dudar, despertaba ese lado intranquilo en mí. Si las palabras de Víktor no me convencían, entonces podía crear una avalancha de pensamientos que lo culparían.
— No, por supuesto que no. Créeme cuando te digo que una vez que la cordura le da lugar a la locura no hay vuelta atrás. Sino mírame a mí, ¿Piensas que siempre fui así? Antes era alguien sano, como tú. Cuando era niño tenia metas que quería cumplir, pero por los sucesos que ya conoces todo eso cambió.
— Conozco tu historia, pero eso no significa nada. Si no planeas ayudarme, entonces lo haré por mi cuenta. La locura por podrá conmigo.
— No sabes nada sobre esto, ¿Crees que por ser psicóloga tienes el conocimiento suficiente como para arreglarlo? Estás muy equivocada si piensas así, la demencia es algo muy complejo que no cualquiera puede entender.
— Yo lo lograré, no terminaré como tú.
— De acuerdo, cuando tengas la cura me avisas.— se burló.
— Estoy hablando en serio.
— Y yo también. En serio, Alejandra, si tus compañeros psicólogos no pudieron ¿Crees que tú si lo harás?
— Sí, pronto te lo demostraré. Entenderás que hiciste mal en meterte conmigo.— dije, avanzado hasta pasar por su lado.
— Como digas. Sólo te advierto que si pasa lo contrario me reiré mucho de ti.
— Ya veremos quien ríe.
— Y una cosa más...— sin saber por qué, me detuve— Me gustó este cambio de lugar.— dijo refiriéndose a la manera en la que nos habíamos sentado ese día: él en mi silla, y yo en la suya— Tal vez, también tomé el puesto de profesional la próxima vez que nos veamos.
— Sigue soñando, Víktor.— bufé, rodando los ojos aunque él no pudiera verme.
— A eso me dedico estando en este lugar.
Sin esperar más; me acerqué a Campos y esperé a que me abriera la puerta. Me despedí con un movimiento de cabeza y salí de la sala, avancé por el pasillo hasta perderme en una de las tantas esquinas.
Las palabras de Víktor resonaban en mi cabeza con cada paso que daba, ¿Y si tenía razón? ¿Y si ya era tarde? A lo mejor mi mente estaba repleta de locura que ya no era posible salvarme. Quizá la única opción razonable era que me internaran allí y así podría recibir psicoterapia correctamente… con era debido. Pero esa opción aún no quería tomarla, primero trataría de conseguir alguna explicación a todo eso y luego si no podía obtenerla, si todo se hacia demasiado pesado para mí, entonces hablaría sobre lo sucedido.
Mi mente no podía estar tan dañada como para ver una silueta, y sentir un miedo absoluto cuando tenía los sueños, ni mucho menos unir mi accidente con una entidad maligna. No era normal vivir nada de eso, tampoco el haber pensado que Loky iba conmigo en el coche cuando lo había dejado en la casa. Sin mencionar la llamada con mi madre, que verdaderamente no había ocurrido.
Eso le daba otro punto a favor para el loco de Víktor, pero no le quitaba la responsabilidad de que fuera el culpable de todo eso. Si él no hubiera jugado conmigo, yo sería feliz con mi vida habitual, la cual, sinceramente, nunca había disfrutado.
Un día normal para mí era ir a trabajar; luego llegar a casa y pasar tiempo con Eddie, hasta que oscureciera y así disfrutar de una deliciosa cena acompañada de una agradable conversación antes de desearnos buenas noches e irnos a dormir, el siguiente día se volvía a repetir como si se tratase de un interminable bucle. En fin, eso era todo lo que hacia pero, a pesar de que era poco y aburrido para ciertas personas, me gustaba. Era algo tranquilo, y necesario en mi rutina; por mi profesión no podía llevar una vida alocada donde todo pareciera una montaña rusa, demasiado ya tenía con mi empleo como para agregarle más acción.
Pero, allí estábamos; viviendo una existencia casi al extremo a causa de la diversión de un paciente, y una silueta compuesta de maldad y oscuridad. Pasé de un lado a otro en sólo cuestión de días y palabras; mientras que antes estaba viviendo en un lugar rosa, sereno y pacifico, en ese instante estaba metida dentro de uno completamente distinto, complicado y confuso de color negro, caótico y frío. Pasé de no preocuparme por nada, a tener que estar atenta por si la entidad de ojos rojos aparecía.
Mi vida había dado un brutal vuelco de 180 grados y me preguntaba si había posibilidad de que todo volviera a la normalidad. ¿Tendría oportunidad de al menos dejar las pesadillas? No iba a pedir que me devolvieran la paz que sentía antes, pero que al menos me dieran la tranquilidad que necesitaba para poder descansar a gusto. Y, si también era posible, dejar los absurdos recuerdos que no me llevaban a nada. Como lo fueron el día en que Eddie encontró el amuleto, y cuando tuve la estúpida alucinación con Víktor. Principalmente había visto la imagen de alguien más con ese objeto de madera en sus manos, como si estuviera jugando con él; y luego estaba el tema del beso con mi paciente, y oír la voz de alguien diciendo que lo recordaba. Esos fueron momentos dudosos que todavía no comprendía.
Y, a pesar de haber hablado con Víktor, aún seguía con la incertidumbre de saber qué era realmente eso, y mejor ni mencionábamos a la silueta porque ni siquiera había podido preguntar por ella. No había explicación cuerda que justificara el hecho de estar viendo una silueta de ojos rojos con una sonrisa demoniaca y dientes afilados. Sin duda alguna, eso no era algo normal.
— Alejandra, ¿Qué haces aquí?— dijo una voz que me quitó de mis pensamientos.
Al regresar a la realidad, noté que Léonard estaba a unos pasos frente a mí, y me miraba con el ceño fruncido. Parpadeé un par de veces sin entender, incluso volteé a ver sobre mi hombro porque había estado tan perdida en mis adentros que creía que le hablaba a alguien más.
Cuando comprendí que se trataba de mí y que únicamente nosotros nos encontrábamos en aquella parte del pasillo, volví mi mirada hacia el frente y llevé una de mis manos a mi sien.
— ¿Q-qué?— tartamudeé, todavía estaba en un estado de confusión.
— Te pregunté que qué haces aquí.— repitió.
— Oh, eso...— murmuré. Mi jefe se cruzó de brazos, esperando una respuesta.
¿Hacia cuánto tiempo que había estado allí parado? ¿Me había llamado en más de una ocasión? ¿Por qué lucia un poco molesto? ¿Le molestaba mi falta de concentración? ¿Había hecho algo que lo decepcionara?
Mis manos cayeron a mis costados a una velocidad luz.
¿Acaso me iba a despedir por no responderle?
Eran muchas inquietudes y dudas por un sólo día, que hasta la cabeza comenzó a dolerme. Hice una mueca de disgusto cuando supe que no me salvaría de la desgracia que era una maldita migraña, después de todo había salido de un hospital sin tener conocimiento si eso era posible. Ni siquiera le había dado oportunidad al doctor de explicarme si debía de consumir algún analgésico para el dolor, o si mi cuerpo estaba en perfecto estado. Y, recordando su forma de mirarme, supuse que había hecho mal, pero él no era nadie para detenerme cuando lo que más necesitaba en esos momentos eran respuestas. Frente a sus ojos, y también a los de Léonard en ese instante, debí de tener aspecto y actitud de alguien demente. Una mujer loca que requería ser internada lo antes posible.
No, loca no.
Esa no era la palabra adecuada para usar en esas circunstancias, ni mucho menos teniendo a mi jefe delante de mí. Él me conocía a la perfección y sabía cuando algo estaba mal, lo que menos quería era verme débil y que insinuara que tenía que regresar al hospital para que pudieran revisarme, hacerme estudios y asegurar que estaba bien.
Así que, tragándome toda intensión de querer sincerarme, dije;
— Sólo necesitaba hablar con Víktor.— le informé, sin mirarlo a los ojos.
Todavía tenía presente el día en que le grité, y aunque le había pedido disculpas, no me fue suficiente. Me sentía culpable por ello porque él había sido la persona que creyó en mí desde el comienzo; quien me había enseñado todo lo que sabía, y había puesto su total y absoluta confianza en que sería una psicóloga grandiosa. El haberle gritado no fue una bonita, ni agradable manera de agradecerle por lo que había hecho por mí durante tantos años.
Sabía que un «lo siento» no lo resolvería, por lo tanto preferí no decir nada.
— ¿Hablar con tu paciente?— asentí— ¿De qué?
Mordí la parte interna de mi mejilla.
¿Qué se suponía que tenía que contestar?
¿Confesarle la verdad? ¿Contarle sobre la causa de mi accidente y todo lo más? ¿Llegar a mencionar la parte de que me internara en el psiquiátrico?
No, no podía. Era absoluto.
Quizá estuviera mal, distraída y mi mente no me ayudara, pero todavía tenía fe en que mis problemas se resolverían. Con tiempo y dedicación encontraría la forma de salir de todo aquello por mi cuenta y no meter a terceros en el asunto. A mi vida personal la había dejado en la puerta principal del edificio, no iría por ella para sentarme a dialogar con mi jefe y platicarle de mis preocupaciones.
Así como me había metido en aquel conflicto, saldría de él sin dificultades.
Lamí mis labios antes de hablar;
— Solamente quería saber cómo estaba y si la persona que se encargó de él en los últimos dos días había sido de su agrado — a pesar de que no era la primera vez que le mentía, sentí el cosquilleo en mi estómago por el nerviosismo.
— ¿Y qué te dijo?— todo lo que se tratara de Heber parecía crear más interés que cualquier otra cosa.
— Que estaba bien, y que le agradó.
— Alejandra, tu paciente se negó a ser atendido por alguien más...— tragué saliva notoriamente al verme descubierta— Pero, supongo que te mintió para que no te preocuparas.— dijo, rascando parte de su barba canosa.
— ¿Y por qué lo haría?— no pude evitar preguntar, aun sabiendo que eso nunca pasaría.
— ¿Desde cuándo que toma psicoterapia contigo? Debió de notar que nunca te ausentabas y que, ahora lo hicieras por dos días seguidos, sólo significaba que algo no estaba bien.— respondió, encogiéndose de hombros— Sinceramente, no lo sé. Tú eres su psicóloga, lo conoces mejor que yo, ¿Crees que se haya preocupado por ti?
¿Realmente me estaba preguntando algo así? ¿Podía mentirle o tenía que decirle la verdad? ¿Es que acaso ni siquiera lo había visto de lejos? ¿No notó la maldad que había en el ser de Víktor? O mi jefe era demasiado desprevenido o no sabía de dónde se aproximaba el mal.
¿Heber preocupándose por alguien no sea él mismo? Sí, claro. Si en vez de desearme pronta recuperación, admitió que sabía la razón por la cual todo había sucedido.
Pero la cosa era que, únicamente mi paciente y yo sabíamos eso último. Los demás eran ajenos a nuestro problema, a aquello que, en cierta manera, nos unía. Sólo nosotros habíamos tenido de frente a la silueta y pudimos comprobar su poder y astucia.
Mientras que el mundo entero continuaba con su rumbo y camino despreocupado, Víktor yo nos habíamos enfrentados a pesadillas que ni siquiera ellos habían sido capaces de pensar.
Así que, no podía comentar nada; ni mis ideas negativas hacia su persona, ni nada de lo demás.
— No, no lo sé.— me límite a decir.
— ¿Estás bien?— indagó, sin dejar de observarme.
— Sí, ¿Por qué lo preguntas?
— Acabas de salir de hospital, por eso pregunto.
— Ah, sí, cierto.— musité.
Había olvidado por completo que hacia apenas unas horas estaba durmiendo en la camilla de un hospital, el cual me mantuvo hospedada por dos días mientras estaba inconsciente.
La charla con mi paciente hizo que olvidara por completo dónde estaba antes de llegar al psiquiátrico, pero no lo que había ocurrido aquella noche dentro de mi automóviles. Todo había pasado tan rápido que los dolores que, anteriormente habían creado estrellas imaginarias de todos los colores y me habían incapacitado, desaparecieron en cuanto recordé la fuente de la causa, dejándome salir de la cama para poder enfrentarlo. Había avanzado a gran velocidad por todo el lugar pensando que él tenia la culpa de todo, y al final así había sido realmente. Me confirmó mis sospechas y, por el asombro y un poco de miedo, no sabía bien qué hacer o qué decir.
Fue como si, metafóricamente, todo el mundo se hubiera detenido por unos instantes para darme tiempo a pensar, decidir qué camino continuar y luego sin más, retomar la etapa de movimiento. Como si no tuviera noción de absolutamente nada, y que lo único que podía hacer era controlar mis indescontrolables pensamientos, antes de que todo acabara. Como cuando la luz del semáforo se volvía verde, y los coches comenzaban a moverse; o el tiempo silencioso que pasaba entre la iluminación y el sonido del rayo.
Ese segundo, a veces milisegundo, era el que hacia la diferencia; el instante antes de que la paz se volviera caos.
Y, en esos momentos, mis pensamientos estaban sólo en Víktor y en la maldita silueta de ojos rojos que me atormentaba. Por lo tanto, el tiempo de tranquilidad había finalizado para mí, y ya era hora de afrontar lo que se avecinaba.
— Será mejor que vayas a tu casa a descansar.— propuso Léonard.
— Sí, eso haré.— acepté sin dudarlo. Si el dolor de mi cabeza seguía, prefería estar resguardada dentro de mi hogar.
— Buena suerte.— deseó con una sonrisa.
— Igualmente.— contesté, antes de hacerme a un lado y volver a caminar.
Continué por el pasillo hasta llegar al ascensor, una vez allí; presioné el botón y aguardé unos segundos hasta que las puertas se abrieran. Las suelas de mis zapatillas resonaban en un constante repiqueteó provocado por la impaciencia que me causaba el estar esperando. Cuando por fin la caja metálica móvil se abrió, pude meterme en ella y marcar el piso a donde tenía que ir.
Apoyé mi espalda en una de las paredes y suspiré.
Mi mente estaba perdida, ¿Cómo lograría lo que le acababa de decir a Víktor? ¿Podría volver a mi vida de antes? ¿Dejaría de ver a la silueta en mis pesadillas?
¿Seguiría siendo la profesional y no la paciente?
Mientras que él decía que no lo lograría, yo no podía parar de creer que sí lo haría. No me daría por vencida con tanta facilidad, batallaría con la locura hasta poder salir de ella y ser libre una vez más. No podía simplemente cruzarme de brazos y hacer que su trabajo fuera sencillo, si en mis manos estaba, le daría pelea hasta el cansancio. No mostraría la bandera blanca hasta que no fuera estrictamente necesario.
— No te puedes rendir ahora.— me dije a mí misma.
Deja de luchar.
Una carcajada carente de gracia salió de mi boca.
En esos momentos esperaba que mi voz interior estuviera de mi lado y me apoyara en mi decisión de no abandonar y aceptar la derrota ante Víktor.
— ¿Cuándo será el día en que nos pongamos de acuerdo?— le pregunté a aire.
Cuando despiertes...
Fruncí el ceño y me erguí en mi lugar.
Un sudor frío comenzó a correr por una de mis sienes cuando la incertidumbre y el nerviosismo me llenaron de golpe.
¿Por qué seguía escuchando a mi conciencia? ¿Qué significaban sus palabras? ¿Por qué quería que dejara de luchar? Pero, sobre todo, ¿Por qué hablaba de un despertar?
¿Por qué sus comentarios negativos sólo aparecían cuando estaba sola?
Desde hacia muchos días atrás que su actitud bondadosa había cambiado, —si es que eso era posible realmente— mientras que antes me alentaba a continuar; me relajaba y me hacia enfocarme en mi trabajo, en esos momentos me hacia perder la poca serenidad que aun mantenía; incrementando mis dudas. No lo entendía, ni siquiera podía explicarlo, pero una sensación de que algo no estaba bien hizo que tomara una larga bocanada de aire.
El impulso de parar el trayecto del elevador y bajarme de él llegó un milisegundo después, acompañado por la presión en mi pecho que me advertía que tenía que tranquilizarme antes de que mi respiración comenzara a fallarme.
— Sólo es un piso.— traté de consolarme— Y por lo visto, uno interminable.
Inmediatamente, el ascensor hizo unos extraños movimientos, y se detuvo casi en seco. La luz roja comenzó a parpadear en la parte central del techo justo sobre mi cabeza, y mi corazón martilló a toda velocidad, ¿Me acababa de quedar encerrada en ese sitio? ¿Acaso no era seguro?
— La próxima vez tomaré las escaleras.— bufé al aire, antes de caer en cuenta que probablemente tardarían minutos en notar algún error.
Sin esperar más; me acerqué y apreté todos los botones del panel, creyendo que uno de ellos le advertiría a alguien sobre lo ocurrido. Tal vez no tenía conocimiento de qué hacer en una situación como esa, pero no pensaba quedarme sentada hasta que supieran que estaba allí. Al no obtener respuesta, supuse que de nada sirvió el abalanzarme como cavernícola sobre el panel, y que el botón rojo supremo, que debía de parpadear en alguna pantalla ante la posibilidad de fallo, no existía en realidad. Segundos después de comprender que no habría alerta alguna, empecé a golpear las puertas con mis manos; ya fuera con las palmas o con los puños, esperaba que el sonido más fuerte pudiera ser oído desde el otro lado.
— ¡Ayuda! Por favor, que alguien me ayude.— exclamé suplicando, cortando todo el silencio que reinaba. Sin percatarme de que, seguramente, el elevador se detuvo a mitad de camino, y que mis gritos se escucharían como si fueran susurros.
Me daba pánico quedarme allí, atrapada y sola. Sentía que me asfixiaba; mis manos empezaron a temblar y a sudar, mi respiración se entrecortó. Mi vista se cristalizó al dar media vuelta y notar, o más bien imaginar, que el cuadrado metálico se iba convirtiendo en uno más estrecho y diminuto. Negando con la cabeza sentí como mis piernas me fallaron, y fue cuando caí al suelo; quedando sentada con mi espalda apoyada en las puertas.
No lo había notado antes, pero comenzaba a tener claustrofobia. En un fracasado intento por llevar más oxígeno a mis pulmones, elevé mi mentón lo más que pude y quité cualquier ropa o cosa que impidiera u obstruyera tal acceso; los botones principales de la camisa cayeron al suelo de inmediato, haciendo que la parte superior de la prenda se agrandara. Mis manos se movieron de arriba hacia abajo sobre la piel de mi cuello; queriendo masajear la tráquea sin saber que, con cada caricia dada, en vez de ayudar sólo empeorara la situación y parecía como si me estuvieran estrangulando en realidad.
Todo a mi alrededor estaba oscuro, únicamente la luz parpadeante era lo que alumbra de vez en cuando el lugar, creando cierto momento de suspenso. Los vidrios que me rodeaban se limitaban a burlarse de mí al mostrar lo patética que me veía, esperando que alguien me rescatara.
— Por favor, que alguien salve a Alejandra.— pedí en un murmuro, entrando en un trance.
No tuve noción del lapso de tiempo que pasó; sólo fui consciente de momento exacto en que abracé mis piernas con fuerza, dejé caer mi cabeza sobre las rodillas, y mi cuerpo empezó a mecerse por sí mismo. Algunas lágrimas rodaban por mis mejillas al sentirme perdida y solitaria en un espacio tan pequeño, vacío y casi abandonado.
— ¡¿Por qué han encerrado a Alejandra aquí?! ¡Sáquenla!— grito tras grito salió de mi boca dejándome confundida.
¿Por qué le echaba la culpa a alguien más de estar en ese lugar cuando nadie era culpable? ¿Por qué seguía exclamando cosas, aun cuando sabía que oírme sería difícil para cualquiera?
Pero sobre todo, y lo que más había destacado...
¿Desde cuándo hablaba en tercera persona al referirme a mí misma?
De repente la risita demoniaca, la cual conocía muy bien y en esa ocasión no se oyó tan macabra, se hizo presente.
Rápidamente limpié el recorrido mojado que habían hecho mis lágrimas, y froté mis párpados con intención de quitar cada partícula húmeda que impidiera poder observar con normalidad. Una vez logrado, miré el espejo que estaba frente a mí, y los ojos carmesí se hicieron visibles.
Él estaba de pie; mostrando que tenía poder sobre mí, y que podía dañarme si ese era su deseo. Las ondas de poder, que anteriormente había tenido oportunidad de verlas ondear a su alrededor, en ese momento no estaban. Su sonrisa enorme me dejaba ver sus dientes perfectamente afilados, blancos y puntiagudos. Sus manos, si era que se podía llamarse así, descansaban a sus costados plácidamente, con sus gruesas y largas garras negras.
Todo trance y confusión desapareció en cuanto caí en cuenta de que estaba a solas con él en un sitio diminuto y sin escapatoria.
Las pesadillas; aquellos malditos sueños que nos asustaban estando dormidos, en un lugar donde no podíamos escapar ni defendernos, ellas habían desaparecido para presentarse frente a mis ojos, en la realidad.
La cosa que se mantenía oculta, a la expectativa y esperando por atacarnos, me atacó y no precisamente dentro de un sueño. Porque habían pasado algunas noches en las cuales las pesadillas no se habían presentando, pero su regreso fue con una tremenda brutalidad que no parecían querer tomar el vuelo y despedirse una vez más.
Había dejado de soñar en cuatro paredes, para que las pesadillas se hicieran presente en un lugar donde el abrir los ojos no era suficiente como para escapar. Todo lo fantasioso, lo irreal e imaginario había cobrado vida para demostrarme cuan real era y hasta qué punto podía llegar.
Porque ya no se trataba de lo que sucedía en los sueños y lo que hacia dentro de ellos, sino que todo había cambiado hasta un punto donde cada movimiento importaba, y cada decisión marcaba la diferencia. Así que, por mi bien, debía de pensar con claridad antes de que fuera demasiado tarde.
Y si me atacaba, ¿Hacia dónde podría huir? ¿Correría en círculos haciendo su diversión más grande? ¿Mi muerte ocurría dentro de un maldito elevador descompuesto?
¡¿Por qué todavía no me rescataban?!
Nadie puede salvarte.
— ¡Déjame en paz! ¿Qué es lo que quieres?— vociferé, tomando valor de donde no tenía.
La silueta dio unos pasos hasta acercarse y quedar a sólo unos escasos centímetros de mí. Lentamente se arrodilló y se posicionó a mi altura, antes de escanearme a detalle. Era la primera vez que tenía a ese ser tan cerca, y me sorprendió notar que no parecía querer lastimarme.
Todavía no comprendía qué era exactamente, y aunque tuviera mis dudas respecto a su existencia, me daba mucho miedo averiguarlo. Sus ojos rojos mostraban profundidad; como si se tratase de un océano sin límite. Ese color era infinito, como si fuera un largo túnel que no tenía salida. Tan espeso y sereno como la mismísima espuma que creaba la marea al dejar que sus olas chocaran contra las rocas.
Me perdí tanto en lo precioso que era ese color en él y el como parecía complementar a toda la negrura que lo creaba, que no supe el momento exacto en que parte de mi miedo inicial desapareció.
Él ladeó la cabeza hacia un lado, y fue cuando hizo algo que jamás esperaba vivir...
— Sólo quiero ayudarte. Ya es tu hora.— respondió a mi pregunta.
Mis ojos, al igual que mi boca, se abrieron en grande.
¿Había escuchando bien? ¿Hablaba? ¿Era posible?
No claro que no. No podía ser verdad, debía de ser otras de esas alucinaciones que comenzaron a ocurrirme. Tal vez me había desmayado por tanto estrés y estaba en una de esas tantas pesadillas, y sólo faltaba un segundo antes de que riera y saltara sobre mí.
Mi mano temblorosa terminó sobre uno de mis antebrazos, tomando una porción de pie y apretándola con un poco de fuerza.
— N-no, esto no es cierto.— murmuré entrecortadamente cuando el pellizco me demostró que no estaba soñando.
Todo estaba ocurriendo en la realidad; él podía hablar y comunicarse, no era sólo una parte de mis alucinaciones, o pesadillas. Esa entidad estaba allí para darle fin a aquella advertencia que había escrito en el espejo de mi baño: «tu hora está cerca».
— Déjame ayudarte.— volvió a repetir.
Si eso estaba sucediendo sólo confirmaba lo que Víktor me había dicho… estaba demente.
Una persona que tuviera su mente en perfectas condiciones no sería capaz de escuchar hablar a algo que principalmente aparecía durante las pesadillas. Tampoco sería normal verlo en tu baño, ni mucho menos recibir un advertencia de su parte. Y mejor ni mencionaba de su presencia cuando me desmayé en mi casa y lo vi detrás de Eddie, o segundos antes de tener el accidente.
Todo había sido tan irreal, misterioso, y confuso que hasta tenerlo ahí frente a mí y oírlo me parecía una completa locura. Si ya me asustaba el verlo, el tener que escucharlo le daba aun más poder al entorno.
Su voz era ronca y áspera como si tuviera algún malestar en su garganta, o si hubiera fumado mucho tabaco. Aún así, tenía ese tono maligno que hacia que sintieras miedo; provocaba que tu sangre se helara y que quisieras correr como si fueras una niña asustada.
Tragué el nudo que estaba atorado en mi garganta antes de decir:
— ¿Ayudarme con qué?— indagué, sin comprender por qué le contestaba.
Quizá en otras circunstancias me hubiera burlado de mí por contestarle a algo que probablemente ni siquiera podía entenderme, pero en ese momento; al estar frente a él en el ascensor inmóvil, no encontré otra forma de pasar el tiempo más que esa. Si no pensaba en lo que me rodeaba y en qué estaba haciendo realmente; el transcurrir de los minutos sería más rápido y así saldría de ese lugar para irme a casa con Eddie, y contarle todo lo sucedido para que él también pudiera reírse conmigo.
— Quiero que comiences a vivir tu vida realmente.— aclaró. La parte posterior de mi cabeza tocó el frío metal cuando él posó su mano sobre ella— Es hora de que despiertes de este absurdo sueño que has creado.
Y sin más, sentí que estaba flotando; la dureza del suelo y parte de la puerta que me sostenían, se desvanecieron. No pude moverme, ni mucho menos hablar; sólo pude notar como mi cuerpo se relajó completamente, y poco a poco mis parpados comenzaron a pesar hasta que se cerraron.
De lo único que fui consiente antes de desmayarme, fue ver esos ojos rojos que ya no me daban miedo… sólo me traían paz.
Dejándome llevar por la inconsciencia, me despedí de aquella fantasía para enfrentarme a mi cruda vida verdadera.
Porque las gafas que mantenían al mundo de un tranquilo y reconfortante color rosa, serían quitadas para dejarme ver la negrura de una realidad que jamás esperé presenciar.
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